Juan Seoane – 20 de abril de 2025
Hace unos días, Tobi Lütke, CEO de Shopify, compartió un memo interno que generó un fuerte revuelo en el mundo empresarial y tecnológico. En él, dejó clara una nueva política para su compañía: Shopify solo contratará nuevos empleados si se demuestra que la inteligencia artificial no puede hacer ese trabajo. Además, señaló que el uso de IA será una expectativa fundamental para todos los empleados, incluyendo los ejecutivos, y formará parte de sus evaluaciones de desempeño.
La decisión es impactante, no por inesperada, sino por su nivel de contundencia. Y como suele ocurrir con los cambios drásticos, obliga a reflexionar no solo sobre lo que significa para una empresa como Shopify, sino sobre lo que implica para el futuro del trabajo en general.
Como profesional enfocado en tecnología e inteligencia artificial, reconozco varios aspectos positivos en esta iniciativa. Es saludable que un líder impulse la adopción de nuevas herramientas, promueva la innovación constante, fomente la eficiencia operativa y desafíe a su organización a repensarse en función del cambio tecnológico. En un entorno tan competitivo como el digital, adoptar tempranamente tecnologías disruptivas puede marcar la diferencia entre liderar un mercado o quedar atrás.
La inteligencia artificial no es una moda pasajera. Es una herramienta transformadora que ya está generando un impacto real en múltiples industrias. Desde la atención al cliente hasta la logística, pasando por la producción de contenido, el análisis de datos y la toma de decisiones, la IA se está convirtiendo en una aliada clave para las organizaciones que desean escalar, optimizar recursos y mejorar la experiencia del cliente.
En este contexto, resulta razonable que Shopify, una de las compañías tecnológicas más influyentes en el mundo del comercio electrónico, quiera estar a la vanguardia. Sería impensable que una empresa con su nivel de exposición e innovación decidiera quedarse atrás en esta revolución tecnológica.
Hasta ahí, todo de 10: estrategia, liderazgo, visión.
Sin embargo, el comunicado de Lütke no es solo una declaración de intenciones tecnológicas. Va más allá de la simple incorporación de herramientas de IA para mejorar procesos o automatizar tareas repetitivas. En su núcleo, esta decisión plantea una redefinición del vínculo entre el trabajo humano y el trabajo automatizado.
La frase “solo contratamos si la IA no puede hacer el trabajo” sugiere un cambio de paradigma en la gestión del talento. Y plantea, al menos para mí, una inquietud profunda: ¿estamos transitando hacia un modelo en el que el valor de una persona dentro de una organización se define únicamente por su capacidad de competir contra una máquina?
Supeditar la incorporación de personas a un rendimiento superior al de la IA puede tener su origen en una de estas dos hipótesis:
1. Una visión limitada del potencial real de la IA.
Estamos viviendo una era de avances exponenciales en inteligencia artificial. No hablamos solo de automatizar correos o responder chats, sino de modelos capaces de generar código, escribir informes complejos, analizar imágenes, razonar sobre documentos y hasta proponer soluciones creativas. Hay proyecciones serias que sugieren que en los próximos años podríamos alcanzar la llamada IA General: sistemas capaces de ejecutar tareas cognitivas al nivel humano, o incluso por encima.
Frente a ese panorama, ¿cómo sabremos si una tarea es realmente «no automatizable»? ¿Dónde trazamos la línea? ¿Qué pasa si hoy un trabajo parece fuera del alcance de la IA, pero en seis meses ya no lo es? ¿Tendremos que rehacer las evaluaciones de todo el personal cada vez que una nueva versión de un modelo salga al mercado?
La velocidad del cambio tecnológico hace que cualquier regla basada en lo que la IA no puede hacer hoy se vuelva rápidamente obsoleta. Y la obsesión por comparar humanos con algoritmos, además de ser conceptualmente frágil, puede llevar a tomar decisiones poco sostenibles en el mediano plazo.
2. Una concepción reduccionista del rol humano en la empresa.
El otro gran riesgo que veo es el de transformar a las personas en simples unidades de eficiencia. En este enfoque, el trabajador vale tanto como su capacidad para superar a una máquina en tiempo, precisión y costo. Pero una empresa es mucho más que eso.
Las organizaciones no se sostienen solo por lo que las personas hacen, sino por cómo lo hacen. Por su compromiso, su creatividad, su juicio, su empatía, su capacidad para trabajar en equipo, para sostener una cultura, para adaptarse a lo inesperado. Ninguna IA —al menos por ahora— puede reproducir todos esos aspectos con la misma riqueza que un ser humano.
Me pregunto cómo se sienten los empleados actuales de Shopify frente a esta declaración. ¿No hay acaso un mensaje implícito que les dice que su permanencia en la empresa depende de no ser superados por una herramienta? ¿Qué impacto tiene eso en la motivación, en la seguridad psicológica, en la cultura organizacional?
La pregunta de fondo es incómoda, pero necesaria: ¿de qué hablamos cuando hablamos de “valor humano” en una era de inteligencia artificial?
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